Cultura
El libro que revive la obra del pintor chileno Eduardo Mena
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Tras su muerte, en junio de 2021, surgió entre sus amigos, de manera espontánea, la idea de compilar su obra. El poeta Santiago Elordi, desde España, habría sido de los primeros entusiastas y se sumaron los pintores Gonzalo Ilabaca, Santiago Amenábar, Pía Subercaseaux, y sus hermanos, Paula y Beltrán Mena. En un momento fue el productor Matías Cardone quien tomó las riendas del proyecto, se armó una maqueta y postuló al Fondo del Libro que obtuvieron el año pasado (ver recuadro).
Sentado en una mesa en la Plaza Mulato Gil, en Lastarria, el médico y escritor Beltrán Mena habla sobre su hermano y complementa lo que muestran las 170 páginas con coloridas obras, textos y una cronología de la vida del artista, acompañada por imágenes.
Eduardo Mena nació en Santiago el 6 de febrero de 1964, cuarto de cinco hermanos, hijo de Eduardo y Ximena. Fue al colegio Saint George y luego estudió algunos años de arquitectura en la Universidad Católica de Valparaíso, sin terminar la carrera. Comienza a pintar, conoce a varios de los que serían sus amigos, como Gonzalo Ilabaca. Vive un periodo en Horcón. Ahí se definió su estilo y temática como pintor.
Viaja a México, a Estados Unidos, vuelve a vivir a Valparaíso donde conoce a Adelaida Loyer. Se casan en el Cajón del Maipo y juntos parten otro periodo a México. En 1996 nace su primer hijo, Azul Jerónimo. El 2000 vuelve a Chile y se instala a vivir en Valparaíso. Se separa de Adelaida, vienen distintas casas, varias exposiciones, amores y desamores. En 2012 nace su hijo Jairo, junto a su pareja Vicky Silva. En 2017 se le diagnostica un linfoma y en 2018 expone por última vez, en Bahía Utópica, galería de Valparaíso. La pandemia la pasa en el Cajón del Maipo, cerca de la casa de sus padres, a mediados de 2021 y tras someterse a un trasplante de médula algo tardío, muere.
Esa sería una breve versión de una vida que fue mucho más y que dejó cientos de pinturas. Parte importante del trabajo tras el libro fue recolectarlas y en eso su hermana Paula fue crucial, comenta Beltrán. Él había empezado a escribir una biografía sobre su hermano, entrevistando gente, investigando. “Es una forma de estar cerca de él. Un proyecto literario mío, sin apuro, a mi ritmo. Y estaba en eso cuando parte este otro libro y me invitan a formar parte del grupo que selecciona los cuadros”, dice el doctor.
Se armó una especie de comité editorial que se reunió varias veces en largas sesiones en la casa de Gonzalo Ilabaca para elegir las obras que irían en el libro y en las que participaron también Pía Subercaseaux y Salvador Amenábar. “Fue el trabajo espontáneo de un grupo de amigos en que cada uno puso lo que sabe hacer. A mí me tocó darle un poco de estructura”, dice Beltrán.
Pureza y amabilidad
Parte del libro organiza las obras según épocas: Época Goya 1988-1990. Época Gauguin 1993-1994. Época Romántica 1994-1997. Época Van Gogh 1997-2000. Explica el texto que el propio pintor usaba estas denominaciones para reírse de sí mismo y de la grandilocuencia de los artistas. “Mi hermano era todo medio en serio, medio en broma. Esa separación de etapas es un chiste suyo”, acota Beltrán.
“Él hacía anti-gestión, no autogestión. No se preocupaba de venderse y tampoco le interesaba hacer carrera. Como dice Ilabaca en el prólogo, era relajado, que es un eufemismo. Pintaba full time, pero nunca estuvo dispuesto a trabajar en nada que no fuera pintar”, agrega sobre la capacidad de gestión de su hermano y su precariedad económica.
- ¿Fue hippie?
- Algo de hippie tuvo. Pero yo diría que fue muy puro. Partiendo de la base que nadie es puro. Todos queremos ser, pero metemos la pata… Dentro de las personas que conozco, Eduardo fue probablemente de los más puros. Era de una pieza. Muchos artistas parten por la carrera y después ven qué pintan. Él le ponía el alma al cuadro y terminaba vendiéndolo por pocas lucas.
La familia Mena Concha tuvo una vida cómoda, de clase alta, de buenos colegios, vacaciones, libros de arte, viajes. “Papás que solucionaban los problemas, familia unida. Eduardo se crió con cierto estándar. Entonces para él tiene más mérito el ser pobre, porque estaba acostumbrado a una cierta calidad de vida. En sus discursos era siempre muy purista, tenía una visión del mundo muy ingenua y simple. Políticamente no era ni de derecha ni de izquierda. Era partidario de que los grandes problemas los resolviera un consejo de ancianos, por ejemplo”, cuenta su hermano.
Esa pureza, describe, venía de una relación directa con el mundo, con las emociones. Con una capacidad de ver las cosas con ternura genuina. Eso está muy presente en sus cuadros, en los niños que pintó, en los colores y los paisajes. Algo de vanidad tenía, como todos, afirma Beltrán, pero poca. Sorprendía cuando hacía alusión a algún reconocimiento.
- ¿Le habría gustado este libro?
- ¡Sí! No tenía ningún pudor en ese sentido. Era canchero, de entrar en cualquier lado. Tampoco tenía falsa modestia, nada era falso en él. Asimismo, fue absolutamente entregado en el amor, enamorado, y muy sufrido. Tuvo costalazos de amor muy fuertes y cada uno lo fue dejando machucado.
Los años que estudió arquitectura se ven reflejados en sus pinturas, opina su hermano. En las perspectivas, los espacios, los edificios: “Hay un ojo arquitectónico entrenado. Eduardo es un pintor muy narrativo. Tú miras cualquier cuadro y son escenas. Hay un relato y las figuras te hacen pensar que algo viene de antes y que sigue después del cuadro".
Antes de la actual exposición en el Museo Baburizza se organizó una muestra en Zapallar, con unos 70 cuadros. “Al caminar y verlos todos juntos, te das cuenta de que es una pintura amable. El público, por heterogéneo que sea; un pelusón, un caballero coleccionista, un banquero, un niño, un artista, un pariente… todos son invitados por el cuadro. Tú puedes entrar por el color, porque la historia es bonita, porque te gustó la cara de un niño o algo te causó gracia. No existe esa barrera donde pasan los que saben nomás”.
Una anécdota y el final
Eduardo Mena no sólo tuvo talento en la pintura, también brilló en el futbol, el ping pong y el ajedrez. “Le gustaba mucho el ping pong. Se hacían campeonatos en Valparaíso y él ganaba. Era muy bueno. Y muy buen ajedrecista. Probablemente el mejor jugador que me haya tocado ver. Mi hermano era un gallo muy inteligente y chistoso. Tenía un humor agudo. Aunque fuera despelotado, siempre era bienvenido. Siempre era una buena noticia que él llegara. Pasaba sus penurias de plata y de amor, pero tenía una vida alegre”.
La relación del pintor con su padre fue muy importante. Eduardo Mena padre había estudiado arquitectura en la Universidad Católica, pero en segundo año se cambió a la escuela de Valparaíso siguiendo a su maestro Alberto Cruz. Eso fue desaprobado por su familia y tuvo que arreglárselas por su cuenta para mantenerse. Años después, en cambio, cuando fue su hijo el que partió a estudiar a Valparaíso y luego se retiró para ser artista, lo apoyó.
“Mi papá estaba muy orgulloso de mi hermano. Lo ayudó mucho, afectiva y materialmente. Su casa siempre fue un lugar donde volver, sobre todo en momentos de pobreza. Él encontraría que este libro es muy chico, que Eduardo se merecía algo más grande”, dice Beltrán riendo.
Cuenta una anécdota que a su parecer describe bien el carácter de su hermano. Durante el gobierno de Ricardo Lagos, el presidente realizó una visita oficial a Valparaíso. Días antes a Eduardo lo contactó alguien del equipo de avanzada presidencial para proponerle que ese día se instalara con su atril a pintar frente al puerto, cosa que solía hacer en distintas partes de la ciudad, a cambio de una retribución. Cuando el mandatario pasara por ahí tendrían una conversación “espontánea”.
Era importante que el cuadro estuviera 90% terminado de manera que el pintor le diera el brochazo final in situ y se lo regalara a Lagos Escobar. Eduardo aceptó encantado y ese día estuvo en el lugar acordado, pero su cuadro estaba lejos de estar listo. Ahí frente a la prensa, se excusó por su retraso -delatando que la escena de espontánea no tenía nada- y le prometió que una vez terminado, se lo haría llegar.
Días después, finalizó la obra y se la envió al Presidente, con una nota donde lo tuteaba y le proponía que colgara el cuadro sobre la chimenea de su casa en Caleu. Sorpresivamente, el mandatario lo llamó por teléfono para agradecerle, y entonces el pintor se sobresaltó y volvió a adoptar el tono formal ante la figura presidencial.
“Lo describe en todos sus aspectos: Ni un problema que le hagan un encargo. Ni una posibilidad que lo cumpla a tiempo. Ni una intención de hacer el show, tratarlo de ‘Ricardo’ con patudez y luego volver al respeto. Era todo eso al mismo. Un personaje realmente muy querible”, remata su hermano.
El final fue duro y solitario. Mena tardó en tratarse su cáncer, las quimioterapias lo debilitaron, pasó por largas hospitalizaciones y luego vino la pandemia obligándolo a suspender un trasplante de médula que finalmente se realizó tres meses antes de su muerte, en junio de 2021. Ese último tiempo lo pasó viviendo en el Cajón del Maipo, cerca de sus padres, pero lejos de sus amigos.
“Pero tuvo un final bonito. Él recibió una transfusión que lo tuvo en las cuerdas. Y al día siguiente, el 23 de junio, estaba muy despierto. Estaba echando la talla, alegre, feliz. Llegaron sus amigos de Valparaíso a verlo y fue muy emocionante. Estaba en los huesos, pero alegre, no fue triste. Al día siguiente decayó. Vimos un partido de la U, que era su equipo, y que perdió”, recuerda Beltrán. Eduardo murió la noche del 24 al 25 de junio.
La edición del libro incluye un manifiesto del propio Mena, titulado Me explico. “Si en algo contribuye mi pintura es a detener un poco el tiempo o la caída de la inocencia de las cosas. Pero yo pinto principalmente para salvarme. Una excusa para armonizar mi espíritu al Universo. Descansar de la época y volverme atemporal”, rezan algunas de sus líneas.
Autoretrato, 2005.
El productor
Fue a través de Santiago Elordi, amigo en común con Eduardo Mena, que el productor de arte, Matías Cardone llegó a tomar el proyecto de hacer un libro sobre el pintor. Al artista lo conoció, estuvo varias veces con él en Valparaíso, pero no fueron íntimos. Le interesó la idea de ubicar a Mena dentro de la historia de la pintura chilena. Se propuso reunir algo de su obra y junto a la diseñadora Danila Ilabaca (hija de Gonzalo), armaron una maqueta que postularon al Fondart.
Ganaron un fondo el 2023 y entonces arrancó la producción. Se sumó el curador Juan José Santos como editor. Paula Mena y Gonzalo Ilabaca fueron fundamentales en el trabajo de recolectar cuadros repartidos en distintas casas o talleres. Documentaron unas 600 obras, de las cuales 180 forman parte del libro. Escogieron las pinturas, por sobre otros formatos en los que el pintor exploró, como los murales. El libro lo distribuye Metales Pesados y ya se puede encontrar en esa y otras librerías.
“Mi objetivo fue hacer un buen libro que recopilara su obra antes de que los cuadros se desperdiguen o se vendan. Mena tuvo algo de under que me parece interesante rescatar. Creo que con su obra y la de su grupete de amigos pintores de Valparaíso, como Ilabaca, Amenábar y Subercaseaux, se podría armar una gran muestra colectiva en un museo como el Bellas Artes. Hay mucha calidad en su trabajo y han estado en los bordes, se merecen que más gente los conozca”, sostiene Cardone.